Olor a libertad (Relato)

Me faltaba el aire, no podía respirar. Abrí los ojos pero estaba oscuro y me sentía… ¿atrapada? Intenté moverme y noté que algo me lo impedía. ¡Joder, estaba atada! La cuerda que me rodeaba el cuerpo mantenía mis brazos pegados a los costados, sin dejarme un mínimo margen de movimiento. Mis piernas lo mismo, juntas y atadas… ¿qué estaba pasando? ¿Dónde coño estaba? Y sobre todo, ¿qué hacía yo en ese lugar?

La cabeza no dejaba de darme vueltas, me sentía mareada y no era sólo por la sensación de asfixia que me provocaba esa maldita cuerda, estaba como atontada, sin fuerzas, puede que drogada. Intenté zafarme de la cuerda sin mucho éxito, y cuanto más esfuerzo hacía, más me ahogaba… me estaba quedando sin aire. Y entonces la vi. Una sombra que se movía en la oscuridad, frente a mí. No estaba sola. Allí había alguien, observándome.

Grité, aullé, pidiendo que me soltase, preguntándole quién era y por qué yo estaba allí. Su imagen aún en penumbra, se estaba volviendo cada vez más nítida, sin duda, el efecto de las drogas estaba desapareciendo poco a poco. Vi cómo se acercaba lentamente mientras el miedo se apoderaba completamente de mí. Estiró su mano, estaba a punto de tocarme y cerré los ojos como si con eso pudiese evitar que llegase a hacerlo. Pero el tacto de su mano no llegaba y quise saber por qué. Abrí los ojos y esa sombra seguía estando delante de mí, con la mano alzada a escasos centímetros de mi cara, pero algo le impedía tocarme, una especie de pared invisible entre los dos. Era imposible. No lo entendía, pero no me paré a analizar la situación. Tenía que soltarme como fuese, antes de que esa pared desapareciera y ese tipo consiguiese hacerme lo que fuera que pretendía. Sabía que entonces sería mi final.

Pero no. Aún muerta de miedo, mi orgullo me impedía rendirme ante aquello y dejarme caer en un oscuro pozo del que sentía que nunca podría salir. Me revolví como pude, preparándome para poner todas las fuerzas que me quedaban en liberarme de esa prisión y salir de allí pitando, y entonces ocurrió todo, tan deprisa que no tuve tiempo de asimilarlo. Las cuerdas se aflojaron de golpe, sentí un dolor horrible en mi cabeza y a continuación unas manos que me apretaban el cuello impidiendo que el aire llegase a mis pulmones. Caí al suelo con el peso de ese hombre sobre mi cuerpo, sin poder evitar que siguiese en su empeño de estrangularme. Sentía que la vida se me iba a cada bocanada de aire que intentaba tomar y que no llegaba a darle vida a mis pulmones. Estaba a punto de desmayarme. Me estaba muriendo. Me estaban matando. Volví a sentir ese pinchazo en la cabeza, ¡qué dolor!

 

Me incorporé en la cama empapada en sudor, no podía parar de temblar. Al abrir los ojos vi de nuevo la sombra de mis sueños y empecé a gritar de puro pavor, a lo que se unieron unos gritos de otra persona… una mujer… pero ¿qué…? Encendí la luz de la lámpara que había en la mesita de noche y me encontré con la cara de Lía pegada a la mía.

—¡Joder, qué susto! –le pegué tal grito que creo que tuvo el eco de mi voz en su cabeza durante un buen rato– Lía, ¿se puede saber qué coño haces aquí?

—Perdona bonita, la que me ha dado un susto de muerte eres tú –me miró con sus grandes ojos verdes llenos de preocupación–. Pensaba que te iba a pasar lo de la última vez… Has vuelto a tener ese sueño, ¿verdad?

—Otra vez… sí –no podía mentirle, a ella no–. No sé por qué… todavía…

—Anna, debes dejarlo ya. No puedes pasarte toda la vida pensando que la decisión que tomaste no fue la correcta –sabía que tenía razón en todo lo que me iba a decir sin yo poder pararla. Lo sabía–. Sabes que sí lo fue. Los querías. Los querías más que a ti misma. Tanto que hasta pensaste en dejarlo todo de lado… todo… hasta lo que sentías…

—… por ti –se miraron sin poder evitar sonreír, con ese brillo en los ojos que no alcanzaba a expresar una milésima parte de todo el amor que compartían–. Nunca, Lía. ¿Me oyes? Nunca me he arrepentido de tomar la decisión de vivir esto, contigo. Claro que los quería. ¡Y los quiero! Siguen siendo mis padres, a pesar de que no entiendan que los sentimientos no son una oferta cerrada al comprador de la que no se pueden desviar criterios o tradiciones, que llegan y nos invaden, simplemente, y que no entienden de sexo o edades.

—Y sin embargo, sigues teniendo ese odioso sueño.

—Sí… y creo que es el firme reflejo de que todavía temo que no me quieran por ser como soy. Por lo que soy –ideas encontradas se enfrentaban en su cabeza, mientras intentaba darle un equilibrio a la pelea–. Pero seguiré luchando contra ello, hasta que ya no exista nada contra lo que luchar. Hasta que el mundo entero se dé cuenta de que el olor a libertad es la fragancia más exquisita y excitante que nadie puede vestir.

Me giré en la cama, llevándome a Lía conmigo en un abrazo hasta acurrucarnos como tanto nos gustaba hacerlo en las mañanas lluviosas de un oscuro diciembre. Ella era el motivo por el que todavía sonreía cada mañana al despertar y por el que sabía la decisión que había tomado respecto a mis padres había sido la correcta, aunque siguiese teniendo ese sentimiento de injusticia que provocaban en mí las personas que no entendían nada que fuese diferente a lo que ellos consideraban normal. No podía con esos prejuicios tan arcaicos.

— Anna… y para ti, ¿a que huele la libertad?

— A ti.

Supongo que lo que me queda es decirte «adiós»

Hola,

Sí, «hola», después de tanto tiempo, aquí estoy de nuevo. Pero esta vez no vengo a rogarte. No vengo a pedirte nada más. Ya no. Ya no me nace, ya no lo siento, ya no puedo ni debo. Aunque lo siga necesitando. Porque así es, te sigo necesitando. Para qué mentirnos, ¿verdad? Yo lo sé, y tú también. Y quizás ese sea el problema, que sigo desnuda ante ti, como siempre lo estuve. Rara, sí. Pero tan transparente que con solo mirarme un segundo sabías todo lo que habitaba dentro de mí, como ese primer día y esa primera sonrisa que nos unió para siempre. No sé porque hablo en pasado cuando estoy segura de que todavía sigue siendo así. Nos guste o no, ese «siempre» seguirá existiendo… supongo que es inevitable, los recuerdos, los sentimientos, esos no se borran ni se olvidan. No se pueden desechar ni cambiarlos por otros. Aunque pienses que ya no tienen valor y que los nuevos son mejores. Lo sabes. Y eso te atormenta, tanto como a mí me atormenta la indiferencia desmedida de la persona a la que tanto he amado.

No es justo. Simplemente no es justo que deseches absolutamente todo lo que fuimos, como si intentándolo fuese a desaparecer. Fuimos muchas cosas. Quizá demasiadas y de una forma un poco precipitada. Pero fueron reales. Todas y cada una de esas sonrisas provocadas, de las conversaciones que no queríamos que terminasen, de las películas que veíamos porque sí, incluso de todas esas lágrimas que corrían por mis mejillas y se agolpaban en tus ojos, cuando el tren estaba a punto de partir. Todo. Los «te echo tanto de menos», los «te necesito en mi vida», los «te quiero y te quiero aquí conmigo».. Todo.  ¿Lo borramos de golpe? No podemos. No es justo, ni bonito, ni leal. No es lo que prometiste y yo me creí. Tampoco es lo que yo intenté hacer posible y tú aceptaste.

No sé, supongo que cuando dejas de ser válida en todos los sentidos para una persona para la que lo has significado todo, o casi todo, no puedes esperar otra cosa. Dejas de tener valor y punto. No, no es justo. Ni tiene sentido. Y por ese sinsentido es por lo que, aunque intentes evitarlo, lo pasas mal. Te sientes una mierda. Ahora entiendo eso de ser poca cosa para alguien. Sé que suena feo, pero tú lo has dicho, las sensaciones no se controlan, y sentir esto no va a ser diferente.

Todo pasa por algo. Esa frase la aprendí de ti. Pero déjame que te enseñe yo una muy mía, como todo lo que te di en este tiempo: «No vivas encadenado a la sensación que te regaló un amor que no quiere volver, porque nunca amarás a dos personas del mismo modo. Nunca. Siempre será distinto y especial en la misma medida, pero no igual.  A partir de hoy, ama y siente con toda tu alma siendo consciente de que aquella que te quiere nunca se irá, pero tampoco volverá si la has echado de tu vida. Se quedará en una especie de limbo, deseando que seas feliz. Lucirá por siempre una sonrisa agridulce cargada de la ternura que en cada instante te cedió, de sus mejores deseos, pero también de una tristeza que llevará eternamente consigo. Porque cuando es real, lo es siempre. Y el día que te des cuenta, ya no habrá marcha atrás.»

Has decidido desaparecer por completo de mi vida y es algo que debo aceptar, aunque por más que lo intente, no lo entiendo. Nunca lo entenderé. Nunca entenderé ese «de todo a nada» tan arrollador. Pero debo asumirlo. Por mí. Por ti. Quizás realmente no sea buena para ti y por eso las cosas deben ser así. Quizá ni siquiera merezca formar parte de tu día a día como una amiga que guarda un cariño que nadie podría entender ni explicar. Quizás yo sea la pieza que no encaja en tu vida. Quizás y sólo quizás te quiera tanto que intento justificar el hecho de que no te preocupes por saber cómo estoy, si soy feliz o si necesito algo. Quizás.

Supongo que como de costumbre, mis palabras son demasiadas y seguramente ni las leas. Pero a pesar de eso, seguirán siendo sinceras, como todas y cada una de las cosas que han salido de mi boca. Y ojalá algún te des cuenta y no te duela.

Supongo que lo que me queda es decirte «adiós». Sé feliz. Siempre.

Fmdo. Quizás  un «tú»

Mirando dentro de ti. El Alquimista #PabloCoelho

Había leído ya en una ocasión El Alquimista. Una persona muy especial para mí me lo había recomendado con tanta ilusión, que no pude negarme. Recuerdo que sus palabras me convencieron por completo cuando me dijo que este libro significaba mucho para él. Que en cierto modo representaba algo importante, ya que había llegado a sus manos sin querer, quizás para darle forma a algo que habitaba en su interior y no sabía como exteriorizar, puede que para dar forma a una idea que lo había acompañado siempre sin él percatarse, o tal vez para ayudarlo en los siguientes pasos que debió tomar en esa edad en la que la lectura de este libro dejo su huella en él.

El caso es que esa primera lectura de este ejemplar no me dejó indiferente, pero creo que el momento que vivía no me dejó interiorizarlo por completo como debería. Eran tiempos demasiado felices, demasiado positivos, llenos de demasiadas ilusiones que se veían casi cumplidas… y supongo que dependiendo del estado que padezcamos, asimilamos la historia que narra de uno u otro modo. Me di cuenta en esta segunda lectura, que El Alquimista es más un empujón a salir de un bache, a ver la luz donde crees que ya no aparecerá más, que una lectura de entretenimiento o análisis como tal. Va un poco más allá de todo eso. Por ello quizás en esta ocasión, la historia del pastor Santiago en manos de Pablo Coelho ha calado hondo en mí, porque mi situación es distinta, mi necesidad es distinta y por tanto, al acabar su lectura, yo he vuelto distinta también.

DesiertoEl Alquimista es una historia que narra un momento de la vida de un joven pastor andaluz llamado Santiago, que camina en busca de su Leyenda Personal «aquello que siempre deseó hacer», siguiendo las señales que se le presentan a cada paso que va dando con ese «lenguaje que va más allá de las palabras», todo a raíz de un sueño que se le presenta repetidas veces. A lo largo del camino, encontrará a muchas personas que le enseñarán tanto como él a ellas, personas que como él, buscan su Leyenda Personal.

Es justamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante. Cuando todos los días parecen iguales, es porque las personas han dejado de percibir las cosas buenas que aparecen en su vida y quizás sea entonces cuando nos debamos replantear, ¿qué me está pasando? Porque tenemos un serio problema. Ya no vemos lo que tenemos frente a nosotros, no percibimos lo bueno y a veces ni lo distinguimos de lo malo. Desechamos o cambiamos todo aquello que nos hace bien, no porque no lo sigamos necesitando o queriendo, sino porque ha perdido la importancia que se merece. ¿Por qué? Porque no sabemos lo que queremos. Porque estamos perdidos y necesitamos encontrarnos de nuevo. Pero no. La respuesta no es apartar de nosotros todo eso que nos aporta felicidad o bienestar, si no cuidarlo y dejar que nos ayude a encontrar ese camino, porque esa es la primera señal.

Santiago se sentirá desanimado y tentado a renunciar a su sueño, pero las señales y su decisión de seguirlas, junto al valor que de él nace, harán que cada día se acerque un poco más a su destino. No dejará de estar presente el miedo al cambio, a dejar atrás lo que ya conoce y con lo que se siente «bien», o lo que es lo mismo, no dejará de estar presente ese miedo a ser feliz que todos tenemos, aunque no lo admitamos, pero luchará contra ello en cada uno de sus pasos. En su camino aprenderá que todo en la vida son señales, que las coincidencias no existen porque todo es una cadena misteriosa que va uniendo una cosa tras otras, y algo que será muy valioso para él: que para ser feliz, no hay que vivir en el pasado ni en el futuro, sino en el presente y que cuanto más cerca del sueño, es todo más difícil. Pero hay que ser valiente y persistente, porque si te impacientas, pierdes la capacidad de ver las señales, y por lo tanto pierdes la oportunidad de conseguir lo que deseas.

En su camino conocerá también a su gran Amor, y lo que la palabra en sí significa realmente, y será Fátima, una mujer del desierto, quien se lo enseñe. Ella supo que el pastor era el regalo que siempre esperó, que había llegado siguiendo sus propias señales hasta ella, porque era parte de su sueño y ya formaba parte de él. Por eso, sin miedo y por amor, anima a santiago a seguir sus sueños una vez más y llegar hasta su tesoro, porque ella a pesar del tiempo que tarde en volver, lo seguirá esperando. Le enseñó a amar sin posesión y que cuando se ama, todo adquiere más sentido.

– Maktub -añadió ella-. Si yo soy parte de tu Leyenda, tú volverás algún día.
– Yo te amo porque todo el Universo conspiró para que llegara hasta ti -dijo él.

Y es que cuando se ama no tenemos ninguna necesidad de entender lo que sucede, porque todo pasa a suceder dentro de nosotros. Cuando amamos, siempre deseamos ser mejores de lo que somos y cuando buscamos ser mejores de lo que somos, todo a nuestro alrededor se vuelve mejor también.

 Cuando Santiago llegue al final de su camino, se dará cuenta de muchas cosas. Entre ellas, que nadie consigue huir de su corazón y que es mejor escucharlo, porque jamás conseguirá callarlo. Se dará cuenta también de que  cuando se tienen delante los grandes tesoros, nunca los reconocemos, porque el hombre no cree en ellos y verdaderamente no cree merecerlos, y que por ello, en su mayoría las personas no buscamos nuestras Leyenda Personal, nuestro sueño. Y señores, solo existe una cosa que hace que un sueño sea imposible: el miedo a fracasar.

Cuando quieres algo realmente, todo el universo conspira para ayudarte a conseguirlo. La gente siempre está en condiciones de realizar lo que sueña, pero debe querer realmente hacerlo. Y en base a las decisiones que uno mismo tome para alcanzarlo, se creará un destino propio y único. Sólo nuestro. Porque lo único que puede frenarnos en ese camino, es la propia incapacidad del ser humano de escoger su propio destino, de lanzarse, de dejar el miedo atrás y seguir adelante, en vez de huir de él.. Eso es lo único que nos puede llevar a alcanzar nuestra Leyenda Personal, y por lo tanto a ser verdaderamente felices. Y como en casi todo, solo aceptaremos esta verdad cuando previamente la neguemos desde el fondo del alma.

 


No soy ni más, ni menos feliz que antes de leer El Alquimista. Ni más, ni menos triste tampoco. Simplemente ahora puedo decir que estoy un poco más en paz, sobre todo conmigo misma y con mi conciencia, pero supongo que también con el Mundo. Y me consta que a muchas personas que también lo han leído, les ha ocurrido lo mismo. Digamos que este libro te da mucho en lo que pensar. Te da muchas pautas para analizarte a ti mismo, sólo tú, sin que nadie más pueda juzgarte. Es un combate a muerte entre el tú que eres y el tú que deseas ser. Y como en todo lo demás, tan sólo tú decides si quieres que esa lucha se quede en el olvido cuando cierres el libro, o si por el contrario, sigues siendo consecuente con ese deseo de alcanzar por fin lo que siempre habías deseado, y seguir peleando por aquello en lo que crees, por aquello que anhelas, por aquellos que quieres.

Desde mi humilde opinión, es una obra excelente. No dejéis de leerlo. Saludos!!

Tú, en blanco y negro.

«Te veo. En blanco y negro. Y siento que no necesito ningún otro color para verte mejor. Porque así, sin aditivos, al natural, es como mejor puedo ver tu interior. Aunque no quieras. Aunque intentes ocultarlo. Aunque intentes protegerme de él. Porque así es como veo todo lo que escondes tras esa sonrisa que oculta tus demonios.»

Dicen que observar una foto en blanco y negro de una persona, es la mejor forma de conocerla, de verla tal cual es. Y así es. Lo hice aquella noche sin tú saberlo, mientras dormías… te saque una foto y te vi. Ya ese día te vi. Vi las dudas, los miedos y las lágrimas que vendrían con todo ello. Y aún así, seguí mirándote como el primer día, con cariño, con amor… con esperanza y con atención. Pero ya te había visto. Y me dió igual. Porque sabía que conmigo todo iba a ser diferente. ¿Lo sabía? Sí. Lo sentía y sabía que tú también. A pesar de que el final no llegase a ser el que esperábamos.

El destino también se siente

¿Cómo sabes realmente si esa persona es para ti, si es tu destino, si es tu mitad?
Supongo que es simple. Se siente.

hilo rojo

Desde el primer momento en el que l@ ves, sabes que es especial. Pero no sabes por qué. Sabes que te hace feliz tenerl@ cerca. Pero no sabes por qué. Sabes que puedes desnudar tu interior sin miedo a que te haga daño. Y sigues sin saber por qué. No tienes una certeza clara del motivo porque el que, en ese momento, sabes que es para ti.
No es que de repente se convierta en tu todo. Porque tú ya lo eres todo. No es que de la nada se convierta en tu luz. Porque tú mism@ ya tienes tu luz. Ni tampoco es que todo vaya a ser más fácil. Porque lo fácil y lo difícil lo decides tú. Lo sientes.
Sientes algo que te dice que va a ser importante en tu vida. Sabes que será para siempre. Así es como empieza todo. Por sensaciones.
Quizá existan momentos en los que las dudas te acechen, porque es tan intenso, tan profundo, que no eres capaz de sobrellevar tanto junto. Quizá existan momentos en los que pienses que ese sentimiento inicial fue equivocado, que ese sentimiento significaba otra cosa. Quizás tengas miedo.
Pero debemos ser conscientes de algo muy básico y muy importante al mismo tiempo: si sientes algo, si sientes que le quieres, si sientes que esa persona es imprescindible en tu vida.. si sientes que es parte de ti, no busques en esa persona sólo una parte de ella. No la busques sólo como pareja. Ni sólo como amiga. Ni tampoco sólo como una transición en una etapa de tu vida. Descúbrela y quiérela en todas sus formas. Porque si es capaz de regalarte una de ellas sin dudarlo, es porque te las daría todas.
Porque en esta vida en un segundo no se consigue el todo o la nada. Porque si en el primer instante que la viste supiste que era especial, vale la pena.

Supongo que todo pasa.

Cuando la pena te atrapa, la melancolía te acecha y los recuerdos no te dejan en paz, da igual lo mucho que lo intentes. Da igual que creas estar «bien» durante un tiempo. Da igual que intentes por todos los medios mentalizarte de algo que aunque no has decidido, ha sucedido. Da igual todo. Duele.

Intentas no pensar. Intentas disimular. Pero siempre aparece algo que te apena de nuevo. Cada puto día. Intentas sonreír, y entonces ya nadie te cree. Hasta los que no te conocen saben que esa mueca es falsa. Y los que te conocen… esos guardan silencio para no dañarte más.

«Supongo que todo pasa.» Te dices. Intentas mentalizarte de ello, y sin embargo no te lo crees para nada. Porque sabes cómo eres, sabes lo que sientes y lo que te cuesta. Porque en el fondo sabes que eso que te apena nunca desaparecerá. Simplemente se hará un poco más leve. O llevadero. O algo así.

Pero lo ves demasiado lejos. Hasta imposible. Y eso que sabes que no te vas a morir ni que se acaba el mundo, que en la vida siempre pasarán cosas que te superan. Al fin y al cabo estás llena de cicatrices y eres consciente de ello. Pero pensabas que ya no había cabida para más. Que por fin parecía que todo se había puesto a tu favor y las cosas empezaban a marchar bien. De cero. Pero una vez más, qué equivocada estabas.

Y duele. Y da pena. Y lo sientes con toda tu alma. Esa que ahora mismo no reconoces porque se ha perdido entre las lágrimas que eres incapaz de frenar. Porque está borrosa, sin vida, sin ganas ni ilusión. Porque se ha muerto un poco y cada día lo hace un poquito más, con cada pequeño golpe que va sufriendo día a día, sensación a sensación, problema a problema, recuerdo a recuerdo…

Pero todo llega. Todo pasa… no sabes cuándo. No sabes si será cierto. Sólo sabes que es lo que necesitas para poder decir que estás bien. Sin mentirte a tí misma.

chica borrosa

Líneas a 2 bandas: «Me&You… We», «Ella»

Me&You… We

Apoyé mi cabeza en el cristal, llovía y el sonido me relajaba, echaba de menos oír el repiqueteo del agua al caer junto a él. Pero ya se había marchado. Echaba de menos su olor, su tacto, su voz al susurrarme «buenos días princesa» cada mañana. Seguía sin acostumbrarme a no tenerlo conmigo y respirar su presencia a cada momento del día. Pero lo seguía sintiendo en mi piel, como una huella que sabía que nunca desaparecería.
Llamaron a la puerta y desperté de mi ensoñación. Había perdido la noción del tiempo, o del destiempo. Ya no sabía ni que hora era. Volvieron a llamar insistentemente y cuando abrí no había nadie. Miré por todos lados y entonces reparé en un sobre colocado en la ranura de la puerta, era color marfil y contenía una tarjetita: » Tenemos una cita, viernes a las 19h en el café Poniente».
No podía ser.. ¿o sí? Me vestí a toda prisa, cogí el bolso, metí el sobre en él y me dirigí al lugar. Algo me decía que él me estaría esperando allí, en nuestro rincón preferido, donde conocimos. Mi sonrisa me lo decía, y el corazón me lo gritaba.
Cuando entré en el local, me dirigi directamente a la terraza. Sus vistas a través de ese gran ventanal acristalado, hacia un horizonte cubierto de árboles, hiponitizaban. Apenas me di cuenta cuando alguien se acercó a mí por la espalda, y entonces… me cubrió los ojos con sus manos. Su aroma lo delató y sólo pude suspirar al mismo tiempo que mi sonrisa se ensanchaba. No me hizo falta girarme, sabía que era él, sentía su aliento cerca y sus labios que al moverlos provocaban un escalofrío en mí, mientras me decía: «Tranquila, todo irá bien». Cerré los ojos y dejé que la brisa acunara mi pelo. Sentía el viento acariciar mi cara, sus manos me cogian y yo no me soltaba. Cuando abrí los ojos sentí mis lagrimas caer lentamente. Sentí el escalofrío que te deja el frío que te alcanza cuando un cuerpo se despega de ti. Bajó sus manos hasta mi cintura, para rodearla con fuerza, y abrí los ojos para ver su reflejo en el cristal y por fin, después de mucho tiempo lo entendí. Lo que veía frente al espejo ya no era mi reflejo, sino nuestro. Y esta vez, para siempre.

Colaboración con Isabel Yeah

Me&You-We

 

Ella

Y sufrió como nunca lo habia hecho, con un dolor que le atravesaba el alma. Las lágrimas la vaciaba por dentro, en un intento fallido de eliminar todo el pesar que la comsumía. Pero no había opciones, su única salida era luchar, sacar aquella rabia y seguir adelante. Hubo un día en el que se habría rendido. Pero ya no quedaba nada de aquella mujer. El día a día le había enseñado que la vida es un lucha constante por sonreír, por salir a la superficie a coger aire cuando sientes que te ahogas, por pelear por aquello que deseas y olvidar aquello que no necesitas o te hace mal.
Se pintó la sonrisa social, cogió su bolso y salió a la calle donde el aire puro inundó sus pulmones. Sus tacones resonaban en la acera, pisaba con la fuerza que da el amor y el coraje,y sus pasos la llevaron hasta aquella desvencijada puerta. No dudó en si llamar o no. Al girar su vieja llave en el cerrojo de la puerta, esta se abrió, al mismo tiempo que los miedos que todavía le quedaban e intentaban salir a flote, se desvanecían por completo. «Ahora o nunca», se dijo.
Y así fue como retomó las riendas de su vida, como, al cerrar la puerta, dejaba tras de sí la mujer que todos esperaban, para volver a ser la mujer que era, la mujer que lo enamoró, la que había vuelto a buscarlo también a él para reescribir juntos su historia.
La mujer que usó la llave de su vida para luchar por sus sueños.

Colaboración con Carmen Tovar

Ella

El primer beso

Apenas sabían nada el uno del otro, y sin embargo, parecía que se conocían de toda la vida. Como dos viejos amigos que se encuentran un día cualquiera. No sabían qué era, pero entre ellos había algo… más. Se percibía en el ambiente, en las sonrisas que provocaban en el otro, en las miradas cómplices que compartían, en la confianza con la que hablaban y se cogían de la mano sin ninguna vergüenza. Si existieron en otra vida, ellos ya se conocían. Era un secreto a voces que todos veían. Menos ellos, que todavía no sabían si querían verlo o no. Él, por indecisión. Ella, por miedo.

Pero no lo dejaron pasar, cada uno a su manera. Él con su atención, ella con su cabeza. Se buscaban cada día, en la distancia, esperando con ansia el volverse a ver y sentir de nuevo aquello, que sin ponerle nombre, los definía a la perfección.

Cuando ese día llego, la sensación era la misma: «eran dos desconocidos de toda la vida». No podían dejarlo pasar, pero ella no sabía qué hacer. Su cabeza por fin estaba libre, pero la cicatriz en su interior la seguía acompañando. ¿Qué hacer? Sonreír. Y dejar que ocurriese lo que el destino le tenía preparado. Necesitaba dejarse llevar por primera vez en su vida. Él no estaba seguro. No entendía lo que le estaba pasando, ni por qué justo en ese momento y con esa persona, sin esperarlo. Pero sabía que las mejores cosas de la vida, llegan sin querer, de sorpresa… por casualidad.

– Y si… No tengo nada que perder.

Y la besó.

kissBW

Capítulo 5: El séptimo

Sueña conmigo

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5

Corría por el jardín detrás de un globo que había sobrevivido a mi séptimo cumpleaños, mientras mamá terminaba de recoger todo el desastre que mis amigos y yo habíamos dejado en el patio de casa.

—Amelia, deja el globo y ayúdame con esto, anda.

—Jo, ¿por qué? Todavía es mi cumple…

—¿Recuerdas lo que siempre te digo? Si hoy ayudamos, cuando seamos nosotros los que necesitemos esa ayuda…

… habrá alguien que nos tienda la mano –acabé la frase con voz cantarina.

Empecé a recoger los vasos y platos de papel que había sobre la mesa y por el césped, y a meterlos uno a uno en una enorme bolsa de plástico que llevaba arrastrando por el suelo, mientras mamá recogía las sillas y las llevaba dentro de casa. Cuando acabé, cerré la bolsa para dársela a ella y que la tirase en la basura, pero me di cuenta de que ya no estaba en el jardín. Oí voces en la cocina, así que me acerque a la puerta para ver con quién estaba hablando.

—… sabes que las cosas tienen que pasar así –era la abuela.

—Lo sé, pero no tan pronto… Todavía es muy pequeña para entender ciertas cosas.

—Lo sabemos. Su séptimo cumpleaños tan sólo abre la puerta a este mundo, pero no hay nada dicho sobre cuándo se querrán mostrar a ella, o si lo harán.

—¿Crees que esta vez será diferente? Me preocupa que no sea capaz de asimilarlo.

—Hija –la abuela se acercó a mi madre y le cogió la cara entre sus manos para que la mirase a los ojos–, Amelia es especial, igual que tú, igual que nuestra familia. Cuando llegue el momento, sabrá cómo manejar las cosas. Esto no es una maldición.

—Él no lo veía así. Por eso quiso que yo… –dijo con tristeza.

—Olvídate de él. Nunca fue bueno para ti y no lo iba a ser para ella.

—Lo sé mamá, pero tengo miedo de que aparezca de nuevo. Sigo teniendo el mismo sueño desde que supe que estaba embarazada. Por eso me fui.

—¿Lo conseguía? En tu sueño, ¿conseguía lo que…? –la abuela miró hacia la puerta donde sobresalía mi cabeza. ¡Pillada!— ¡Mi niña, preciosa! ¿Se puede saber qué haces ahí espiando?

Corrí hacia ella y me lancé a sus brazos, que me esperaban abiertos.

—¿Espiando? Yo sólo estaba escuchando lo que hablabais –las dos se echaron a reír.

—Tú sí que eres lista, renacuaja. ¿Qué tal te lo has pasado esta tarde? –era increíble la facilidad que tenía para cambiar de tema y hacer que olvidase lo que fuese que iba a decir.

—¡Muy bien abuela! Han venido mucho amigos y hemos comido tarta y chuches, también un payaso con globos y juegos muy chulos, y me han regalado muchas cosas, y jugamos al escondite, y rompimos una piñata que mamá colgó de un árbol, y… –si me daban cuerda me podía pasar horas hablando sin parar.

—¡Vale, vale, vale! Me ha quedado más que claro –su sonrisa era de pura paciencia, con esos dos hoyuelos que tanto me gustaban y que yo había heredado–. ¿Quieres saber cuál es mi regalo, o ya te llega con todos los que has tenido?

—¡Noooooo! Yo quiero ver el tuyo, abuela –como a todos los niños, romper el papel que envuelve un regalo, sea cual sea su contenido, me emocionaba más que ninguna otra cosa.

—Veamos que tenemos por aquí… –sacó un pequeño paquetito que traía en su bolso y me lo entregó– Espero que te guste, preciosa mía.

Rasgué el papel a la velocidad de la luz y descubrí una pequeña caja de madera tallada a mano, adornada con pequeñas estrellas y lunas. La abrí y de su interior saqué algo que no sabía lo que era, pero que me llamaba mucho la atención.

—Esto es un Atrapasueños –yo miraba fascinada aquel objeto–. Tienes que colgarlo en la cabecera de tu cama, para que todos los sueños que tengas sean muy bonitos y que las pesadillas se alejen de ti, siempre. ¿Ves esta redecilla? –señaló el interior del círculo, que se parecía a una telaraña de hilos. Asentí– Los malos sueños quedarán atrapados ahí, y por la mañana con la luz del día, desaparecerán y nunca se harán realidad.

Esa noche me fui a dormir contenta por aquel día, por esa tarde que había pasado con mis amigos, y especialmente feliz por aquel regalo, tan raro y bonito al mismo tiempo, que me había hecho la abuela. Cuando entré en mi habitación, lo primero que hice fue colgar el Atrapasueños en la cama, y me senté a observarlo. Me parecía un objeto especial, no sabía por qué, todavía no. Me quedé dormida tocando las plumas que colgaban de él y con una sonrisa en la cara, porque sabía que esa noche, soñase lo que soñase iba a ser algo bonito. Sentía que las palabras que la abuela me había dicho eran totalmente ciertas, pero en ese momento, tumbada en aquella cama, no era consciente de cuánto lo eran en realidad.

 

Capítulo 4: ¡Sorpresa!

Sueña conmigo

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4

Después de la entrevista cogí un taxi y me fui directa a casa. La verdad es que el no haber dormido esa noche y el ajetreo de la mañana me habían dejado exhausta. Necesitaba comer algo y echarme un rato. Cuando salí del bar llamé a Silvia para contarle como había ido todo pero me dijo que tenían un lío tremendo en el trabajo, concretamente por un subnormal que había bloqueado el servidor de no sé qué, palabras textuales, y no podría escaquearse hasta esa noche, pero que no me salvaba de una cena en nuestro japonés favorito. Si Silvia hablaba de cenar fuera, ya daba por hecho que las copas de después tampoco iban a faltar, así que mejor que me echase una siesta o directamente no iba a aguantar ni el primer chupito.

Cuando el taxista me dejó delante del portal y después de pagarle, me bajé del coche y me acerqué a la puerta mientras buscaba las llaves en el bolso. Malditos bolsos… da igual lo pequeños que sean, que las llaves siempre estarán escondidas en el fondo. Iba tan concentrada buscándolas que casi me tropiezo con una bolsa de basura que estaba estratégicamente colocada en el escalón del portal. ¿A quién se le ocurriría…? Tampoco es que necesitase gafas, pero tuve que mirar una segunda vez ese bulto en la acera para darme cuenta de que de bolsa tenía lo que yo de monja. Era un precioso Labrador negro, un cachorro de pocos meses. Estaba totalmente quieto observándome con carita triste. Miré a ambos lados de la calle buscando a su dueño pero no vi a nadie que pareciese preocupado por su mascota perdida.

Me acerqué al animal y lo acaricié. No parecía desconfiar, se puso boca arriba al instante para que le rascase la tripa. Tampoco parecía mal cuidado ni maltratado, así que supuse que se le habría escapado a alguien mientras lo paseaba.

– Hola precios… a – me fije en que era una perrita – ¿Qué haces aquí solita?

No podía dejarla allí, así que me agaché a cogerla y la subí a casa. No dejó de lamerme la cara hasta que la volví a dejar en el suelo. Era una ricura. Se puso a corretear por toda la casa, olfateando y sin parar de mover la colita.

Dejé el bolso y la chaqueta en el mueble de la entrada, me quité los zapatos y me fui directa a mi habitación a ponerme cómoda. La perrita me siguió y se sentó a observar cómo me cambiaba.

– ¿Qué tal si te damos algo de comer? Sí, ¿verdad?

Creo que hasta me entendió, porque se fue directa a la cocina y se volvió a sentar sobre sus patitas, esta vez delante del frigorífico.

– Pues sí que eres lista tú…

Abrí uno de los armarios y saqué un bol, le serví un poco de leche y se lo puse delante. No dudó ni dos segundos. Yo sonreí casi sin querer. Hacía mucho que no tenía una preciosidad como esa conmigo. De pequeña siempre había querido tener un perro, pero mi madre nunca me había dejado. Decía que no lo podríamos cuidar como se merece, porque mientras ella trabajaba y yo estaba en clase nadie podría atenderlo. Y tenía razón. Siempre la tenía.

Ya que estaba en la cocina, me preparé un sandwinch para comer, cogí una cerveza fría de la nevera y me fui al sofá para dejar que la perrita comiese tranquila. Encendí la televisión y busqué una de esas series que repiten una y mil veces, pero que tanto me gustan. Nunca me cansaba de verlas, aunque ya supiese como iba a terminar ese capítulo. Era una forma de no sentirme sola en casa, más que de entretenimiento. Conoces los personajes, las voces ya son familiares y si te pierdes algo, da igual, porque ya sabes el final.

Creo que no tardé mucho en quedarme dormida. Los ladridos de la pequeñaja acompañados de unos pequeños lametones en la oreja, y el sonido del móvil me despertaron. No sé cómo, pero se las había ingeniado para subirse al sofá y acurrucarse a mi lado. Me levanté a coger el teléfono, era Sofía.

– ¡Hola Amy! Perdona que te moleste. ¿Te pillo en mal momento?

– No, no. No te preocupes. Creo que me había quedado dormida. Dime. ¿Ha pasado algo con lo de la entrevista, te falta algo o…? – cuando salimos del bar me dijo que me mantendría informada sobre la fecha de publicación del artículo y que hablaríamos pronto, pero no pensaba que se refería a esa misma tarde.

– Está todo más que bien. Sólo llamaba para avisarte de que en septiembre tendrás la revista en tu casa. Estamos seleccionando el contenido de los próximos meses y hemos decidido incluir tu artículo en el número de ese mes. Pero…

– ¿Hay un pero? Dime que no me tienes que hacer más fotos o algo así. Ya sé que no soy muy fotogénica pero lo que hay es lo que ves, yo…

– ¡Para, para, PARA! Las fotos han salido perfectas, boba. Que por cierto saliste monísima en todas. Aunque sí necesitamos más fotos, fotos de tu trabajo, unas exclusivas si puede ser. ¿Qué me dices? Con que me las mandes a principios de agosto es suficiente.

– ¡Claro, sin problema! Lo que tú me pidas, estaré encantada.

– ¡Genial! Todo arreglado entonces. Verás que bien va a quedar todo, sé que te gustará.

Cuando colgué me quedé pensando en qué fotos podría hacer que fueran especiales, que dijeran mucho de mí, que me definieran, pero sin desvelarlo todo. No me gustaba dejar al descubierto esa parte de la que yo misma a veces me escondía. Esa parte que ocultaba al resto del mundo, porque la vida me había enseñado que lo diferente suele dar miedo, y ese miedo a veces también produce rechazo.

Justo entre mis pensamientos y los ladridos de bienvenida nos encontró Silvia al abrir la puerta. Se quedó mirándonos con cara de no saber qué hacía un perro en su casa, primero a la humana, después al animal.

– ¡Sorpresa! – no supe que otra cosa decirle, pero su sonrisa me dijo que no estaba enfadada.

– Sólo dime una cosa, ¿desde cuándo tenemos… perro? – preguntó mientras cogía a la perrita y le hacía carantoñas.

– Perra.

– Vale. ¿Desde cuándo tenemos perra?

– Pues… supongo que todavía no la tenemos. Me la encontré al llegar a casa en el portal y no pude dejarla allí solita. Tendremos que poner un anuncio, por si alguien la está buscando. Es demasiado pequeña para que ya tenga el chip, y no tiene collar… así que si nadie la reclama…

– Nos la quedamos.

– ¿Estás segura, Silvia? Yo… bueno, a mi me gustaría, la verdad. Pero nos va a dar un trabajo que ya verás. Comida, veterinario, bañarla, pasearla… madrugones y meadas por casa…

– Tú siempre intentando verle el lado bueno a todo. Anda que… Que sí, que te dejes de tanta excusa. No hace falta ni que me hagas la pelota. Nos la quedamos. ¿Pero tú has visto que cosita más bonita? – dijo sin quitarle los ojos de encima a la perra. Era peor que yo con los animales. Si por ella fuera, teníamos la casa llena de animales abandonados. Algo así como una granja en un piso. – ¿Has pensado algún nombre?

– ¿Nombre? – la verdad es que sí se me había pasado alguno por la cabeza – Yo creo que mientras no sepamos si nos la vamos a poder quedar o no, es mejor… – no me dejaba acabar ni una frase, madre mía ¡qué mujer!

– Pero mientras la tendremos que llamar de alguna forma, ¿no? Lo de chucho no creo que le guste mucho. – dijo, más hablando con el animalillo que conmigo. La perrita levantó las orejas, y dio por hecho que eso era un no – ¿Ves? No le gusta.

– ¡Vale, vale! Luna. La llamaremos Luna. – dije, acercándome a esa bolita de pelo negro para acariciarla – ¿Ese nombre te gusta, preciosa?

– Luna… ¿como la niña del cuento que te contaba tu madre? – asentí – A mi sí, y por el lametón que te ha dado, yo diría que a ella también. ¡Bienvenida a la familia Luna!

Nos pasamos largo rato jugando con la perrita mientras le contaba cómo me había ido lo de la revista y ella me explicaba un poco lo que le había pasado en el trabajo. Pero a eso de las 9, Silvia se levantó como un resorte.

– ¡Amy, que llegamos tarde! ¡Mierda! Se me había olvidado por completo lo de la reserva.

– ¿En el japonés? Lo dejamos para otro día, Sil. Tenemos a Luna en casa y no la podemos dejar sola. No querrás llegar a casa y ver tu ropa llena de babas y tirada por todos lados.

– No empecemos con excusas, que nos conocemos. Mucho hoy no quiero salir y después te tengo que sacar de los locales a la fuerza porque no te quieres ir. A la peque no le pasará nada, y si estás más tranquila la dejamos con Luci para que no esté sola y de paso se hacen compañía la una a la otra.

Luci era nuestra vecina. Una anciana encantadora, que vivía en la puerta de en frente. Vivía sola aunque su hija la venía a visitar a menudo. Era muy atenta y nos mimaba como si fuésemos sus nietas. Que sí croquetas por aquí, que si unas lentejitas por allá, que si tartas caseras, que si galletas recién hechas… creo que era la culpable de que mi culo pareciese crecer por momentos, alimentado por sus ricos postres.

Como era de esperar, se alegró mucho de que contásemos con ella para dejarla de niñera de nuestra nueva compañera de piso.

– ¡Id tranquilas, niñas, y pasadlo muy bien! A ver quién de las dos se trae un buen morenazo a casa que mañana por la mañana me venga a arreglar el grifo de la ducha.

– Seguro que Silvia, Luci. Esta chica es una cabeza loca.

– De algo hay que morir, aunque sea de meneitis. – es que no se podía estar callada.

– Muchas gracias Luci, mañana por la mañana me paso a buscarla y le echo un ojo a ese grifo, ya verás como en nada te lo arreglo. – le di un beso en la mejilla y Silvia y yo nos fuimos a preparar para esa gran noche, como ella la había llamado. Yo no tenía muy claro que fuese a ser así.

La reserva era para las 10, pero llegamos bastante más tarde. Menos mal que los del restaurante ya nos conocían y no nos pusieron problemas. Nos sentamos en una mesa al estilo japonés, donde te tienes que poner rodillas, un tanto incómodo si no estás muy acostumbrado, por eso casi siempre acabábamos con las piernas cruzadas, y eso cuando llevabas falda era un pelín complicado. Pedimos de todo, y sobre todo mucha sangría de champán. Así salíamos siempre de allí, ¡burbujeando!

– Creo que lo de traer un vestido tan corto para sentarme aquí – señaló la mesa – no ha sido muy buena idea.

Silvia se había puesto un vestido de brillos dorados, muy ajustado y corto, con un escote por la espalda de infarto. Le quedaba perfecto. Con ese tono de piel moreno y su pelo castaño claro con mechas de un tono más oscuro, parecía una modelo de revista. No era extremadamente alta, pero los taconazos que casi siempre llevaba la hacían destacar todavía más si cabe. Y si te parabas en su carita de niña buena y esos ojazos castaños tan grandes y vivaracho, nadie te salvaría de sus redes. Así los tenía a todos babeando por sus huesos. Y ella bien que lo sabía, pero tampoco se lo creía mucho. Eso la hacía todavía más atractiva.

– Para estar mona hay que sufrir. Y hoy has roto el molde. ¿Esperas ver a alguien?

– ¿Ver? ¿A quién? – entornó los ojos haciendo la gracia intentando evitar una sonrisita que al final no puso disimular – Ni que lo de arreglarme un poquito tuviese que tener un motivo con nombre de policía musculoso, macizo y con un culito que madre mía quien lo pillara que casi me pone una multa esta tarde. – lo dijo todo tan de carrerilla que creo que necesité unos segundo extra para asimilar los detalles de esa descripción.

– ¡Lo sabía! – casi tiro la copa de sangría con la emoción del momento – ¿Has quedado con un policía que te ha librado de una multa? Lo tuyo no tiene nombre. A mi si me paran no me libro de pagar, bonita.

– Hay formas y formas de pagar, cariño. – dijo guiñándome un ojo.

Las dos estallamos en carcajadas. Y la verdad que con ganas. Estos eran los momentos que más me gustaban de estar las dos juntas. Momentos en los que desconectas por completo de todas las preocupaciones y pensamientos que rondan tu cabeza, te liberas riendo y hablando de tonterías.

– A ver sí, lo que tú quieras y más, pero te hagas la loca. ¡Cuenta, YA!

– Pues nada. En realidad la culpa fue tuya.

– ¿Cómo que mía? Perdona bonita, pero te bastas y te sobras tu solita para meterte es esos fregados. Lo que no sé es cómo te las arreglas para salir siempre de ellos. – le di otro trago a la sangría. Así a lo tonto ya me estaba animando.

– Pues sí. Resulta que esta mañana, después de dejarte en Gran Vía un coche de policía me paró un poco más adelante, porque había obstaculizado el tráfico o no sé qué. – se tomó su tiempo en llenarse la copa y ya de paso servir dos chupitos de sake antes de continuar – El caso es que cuando don macizo se acercó a mi ventanilla se lo debió pensar mejor y claro, vale más mi compañía que una multa, así que se ofreció a olvidarlo si me tomaba algo con él esta noche.

– ¡La madre que te parió, Sil! Tu naciste con una flor en el culo, que lo sé yo. Y claro está, el tío en cuestión estará buenísimo, fijo.

– Emmm… ¡Bufff! Ya lo verás.

Después de tomarnos los chupitos de golpe y ya animadillas con la de jarras de sangría de champán, nos fuimos al Dlux, el local de copas que inauguraban esa noche y donde Silvia tendría que pagar su dulce condena. La cola para entrar era quilométrica, así que me puse al final y me encendí un cigarrillo mientras la loca de mi amiga intentaba camelarse al portero. Tendría muchas mañas, pero el mastodonte que parapetaba la entrada no tenía pintas de que se fuese a rendir a sus encantos.

Estaba concentrada en el móvil, cuando alguien se colocó detrás de mí, y sentí un escalofrío que no me gustó nada. Me giré para ver de quién se trataba y por qué me había provocado aquella sensación, y me vino a la cabeza la imagen de aquella sombra que había aparecido en mi sueño. Había un hombre mirándome, o eso creía que estaba haciendo, porque la luz de la farola más cercana le daba en la espalda, haciendo que su cara y facciones quedasen en la sombra. Dio un paso hacia donde me encontraba.

– ¿Nos conocemos? – no hubo respuesta. Me estaba poniendo nerviosa. El hombre se limitó en seguir allí de pie, observándome en silencio – Oye simpático, ¿te pasa algo? No me hacen gracia estas cosas. Si no nos conocemos déjate de numeritos misteriosos y lárgate.

Volví a girarme para darle la espalda, esperando que al hacerlo, ese hombre se esfumase y con él, todo aquello que sabía que estaba a punto de volver a mi vida. Pero fue todo lo contrario. Sentía que cada vez lo tenía más cerca.

– ¡Como te acerques un milímetro más, te juro te vas a arrepentir! – dije, intentando no levantar mucho la voz, pero de manera que pudiese oírme. – ¡Mierda! Ahora no, hoy no… ¡desaparece de una maldita vez!

– ¡Amy! ¿Con quién hablas?

– ¡Joder! ¡Qué manía con asustarme Sil! – levanté la cabeza sorprendida hacia mi amiga – con nadie importante, el simpático ese, que se la está buscando. – le dije, señalando con la cabeza hacia mi espalda.

– ¿De quién hablas? – las dos miramos hacia donde había señalado y allí no había nadie – Oye dime la verdad, ¿en serio se te han subido tanto las burbujitas?

– Pero si… pero ese tío… Se habrá ido al verte llegar. – ojalá.

– Debe ser que lo he espantado con mi horripilante presencia, no te digo. – me cogió de la mano y tiró de mí hacia la entrada del local – Venga, mejor, así ya no te dará el coñazo. El aforo está completo pero he conseguido que nos dejen entrar. Le he dicho al mastodonte que el dueño es amigo mío.

– ¡Tendrás morro! – me guiñó un ojo en señal de victoria – ¡Pero cómo me gustas, petarda! Venga, vamos a buscar a tu poli macizo.

La discoteca era impresionante. La decoración era exquisita, basada en tonos blanco, negro y morado, con algún toque de rojo. Sofás vintage con cojines y lámparas de araña que colgaban del techo, modernas pero con un toque retro. Las barras eran de cristal, como las mesas de los reservados que estaban separados del resto del local por unas finísimas telas que colgaban del techo, como el dosel de una cama antigua. En el centro, donde solía estar la zona de baile, había una barra en forma de cuadrado y alrededor de ella se reunía la mayor parte del mundo mientras bailaban disfrutaban de la noche.

Estaba abarrotado de gente. Así que nos costó llegar a una de las barras para pedir nuestras copas. Un camarero de lo más simpático nos atendió nada más vernos y cuando iba a pagarle me dijo que estábamos invitadas. No es que sea una de esas feministas en potencia ni nada de eso, pero me gusta saber por qué se hacen las cosas.

– ¿Y eso por qué viene siendo? – se me adelantó Silvia – Que por mí bien eh, no te confundas, si quieres pagarme las copas el resto de la noche, ¡acepto!

– Quizás deberíais mirar detrás de vosotras. – le contestó el camarero guiñándole un ojo.

Las dos nos giramos a la vez y creo que se me cortó la respiración al momento. Esos ojos azules me estaban mirando, a mí, y esa sonrisa… Silvia en cambio dio un gritito que estoy segura que se le escapó, porque al instante carraspeó para quitarle importancia.

– ¡Sorpresa! – dijo una voz de hombre. El acompañante de don ojazos, al que por cierto si no hubiese hablado, creo que no me habría dado cuenta ni de que estaba allí – ya pensaba que te habías olvidado de nuestro trato, Silvia.

– No lo habría hecho ni queriendo. – le contesto ella sin dejar de sonreír.

– Soy Juan, encantado – esta vez se estaba dirigiendo a mí – Y este es Alex, más que un amigo casi es como mi hermano.

– Encantada de conocerte… – dije sin apartar la vista de esos ojos que me todavía me seguían mirando – … conoceros, perdona. Me llamo Amy. – miré hacía Juan saliendo de mi trance, y por educación también. – Gracias por las copas, por cierto. No tenías por qué hacerlo.

– Siendo el dueño de todo esto, no creo que le suponga un problema, Amy. – dijo a media sonrisa. Alex me estaba hablando, directamente a mí. Madre mía, escuchar mi nombre saliendo de su boca me puso más tonta de lo que ya estaba – Encantado de conocerte, es todo un placer.

– Entonces supongo que Silvia no le ha mentido al gorila que hay en la entrada, cuando le ha dicho que el dueño era su amigo. Eso sí, sin saberlo todavía.

– Veo que eres una chica con recursos Silvia. – Juan no le quitaba el ojo de encima al vestidito que se había puesto mi amiga – Quizás tenga que volver a ponerte una multa para sacarte una invitación a cenar.

– Para invitarme a cenar no necesitas excusas. – pues sí que estaban buenos estos dos, ni cinco minutos llevábamos allí y ya estaban quedando para una segunda cita.

– Siento interrumpir este momento tan íntimo – se mofó Alex de su amigo – pero yo me tengo que ir ya, Juan. El deber me llama y en unas horas entro me toca turno en la comisaría.

– Madre mía, qué tendrá el cuerpo de policía que está tan bien dotado… de agentes. ¿A que sí Amy? – Silvia se había dado cuenta de que me había quedado impresionada con Alex, aunque no se imagina el motivo real.

– Yo… esto, creo que también me voy. Ha sido un día largo y necesito descansar. Te dejo en buenas manos, Sil.

– ¿Ya te vas? – me dijo ella.

– Te acerco a casa. – soltó Alex casi al mismo que tiempo.

– No te molestes, me cojo un taxi. Hay una parada justo en frente.

– No es molestia. Venga, vamos.

Después de despedirnos de los tortolitos nos fuimos hacia su coche, un Sirocco negro, casualidades de la vida, mi sueño de coche. Le indiqué donde vivía y sin más me acercó allí. No tardamos ni diez minutos en estar delante del portal.

– Veo que no eres muy habladora, ¿o sólo te pasa conmigo?

– ¿Cómo? – se notaba que no me conocía, todavía – No no, perdona, estoy tan cansada que las palabras me pesan. Pero en realidad soy una cotorra, aunque lo disimulo bien. – le guiñé un ojo mientras mostraba una de mis mejores sonrisas.

– Me gusta tu sonrisa. Esos hoyuelos que te salen al reírte me encantan.

– Son en anzuelo en el que todos picáis.

– Lo sé. – sonrió sin apartar sus ojos de mí. ¿Me estaba diciendo lo que creía que me estaba diciendo? – Quizás no te parezca bien la idea, pero ¿qué tal si nos tomamos algo un día de estos? Creo que tu amiga me ha dejado sin amigo. Me lo debes.

– ¿Qué te lo debo? – no pude evitar reírme – Si lo hago es porque me apetece y porque en dos minutos me has hecho reír lo que la mayoría tarda horas.

– Entonces creo que ya he ganado muchos puntos. ¿Cuántos necesito para que aceptes mi propuesta?

– De momento te has ganado la opción de que la acepte. Ahora sólo te queda encontrar en modo de que lo haga. – me bajé del coche y me giré de nuevo para despedirme – Muchas gracias por traerme, en serio.

– Ya te dije que para mí es un placer, además, no vivo muy lejos de aquí.

– Encantada Alex. Nos vemos…

– No dudes que así será, Amy.